domingo, 21 de noviembre de 2010

¿Quieres más al sol o a la luna?


 Hace unos días, este fue el diálogo que mantuvimos con mi hija de tres años:
-Mamá, ¿tú quieres más a mi hermano o a mí?
-A los dos, hija. A ti hasta el sol y a tu hermano hasta la luna.
-Ya, mamá ¿pero quieres más al sol o la luna?
Esta simple anécdota me hizo pensar en tema recurrente en la vida y la educación. Porque ¿quién no sintió celos alguna vez? Que levante la primera piedra quién no  ha sentido en la nuca, como en Sexto Sentido, el fantasma de una ex. Si somos capaces de encontrar algún rastro de este humano sentimiento en nosotros, entonces, ante las situaciones como la que describo, podremos enfrentar el tema con una sonrisa.
Los celos nacen el mismo día en el que nuestro primer hijo siente y sabe que  desde ahora en adelante todo se compartirá, salvo excepciones,  por dos. Me pregunto qué es lo que en el fondo les hace desconfiar de que dejarán de ser especiales ante sus padres, como si ser único en el mundo no fuera suficiente para ser amados.  Como mamá, cada día que pasa pienso en cómo hacer para que mis hijos no sólo sepan dar amor, sino también recibirlo. Pero, sobre todo,  sentirlo en su corazón como una cálida ebullición de cosquillas.
Los expertos dicen que la llegada de un nuevo miembro de la familia es como si nuestra pareja nos dijera algo así  “Mira, he traído una nueva mujer. Es más joven y  graciosa; pero yo a ti te seguiré queriendo; solo que ahora las amaré a las dos por igual”.   ¿A que suena espeluznante, no? Por fortuna, quienes han ideado esta comparación también han planteado algunas soluciones, que ayudan a hacer más llevadera la situación. Hago aquí, un breve resumen:
  • Acepta los sentimientos de tu hijo. No lo juzgues ni intentes minusvalorarlos. Basta con le diga “sé que te sientes afligido, ¿qué podemos hacer para que hoy te sientas mejor?”
  •  Pasa un tiempo especial con cada uno de tus pequeños por separado. Dedica, siempre que puedas, unos minutos del día para jugar a un puzzle, pintar, leerle un cuento o salir a dar un paseo. Con mi hija, hemos empleado el término “salida de chicas”. Así, cada cierto tiempo nos vamos al teatro, a merendar o hacemos algo que le apetece mucho, como recortar papeles de colores.
  • Muéstrale al mayor las fotos de cuando era pequeño. Enséñale que él también fue bebé y fue el centro de muchas miradas. Cuéntale, por ejemplo, lo felices que se sintieron cuando nació y cómo fue recibido por el resto de la familia.
  •  Cuando tu hijo más grande tenga una buena actitud, elógiala delante del pequeño, por ejemplo con estas palabras  “qué suerte tienes, Fran,  de tener un hermano como Mario, mira cómo comparte sus juguetes. Ahora podrás jugar con ellos”.
  • Es probable que sufra ciertos retrocesos en el habla o se vuelva a hacer pis en la cama. Ten paciencia y comprensión. Es una reacción emocional a un sentimiento que no puede controlar y que ni siquiera comprende. 

Ahora bien, ¿es necesario preocuparse? Sólo si el niño ignora absolutamente a su hermano y actúa como si no existiera.  Esto significa que los sentimientos están reprimidos en algún sitio y deben ser liberados.
Mientras tanto, la relación andará entre el lanzamiento de juguetes y los besos más cariñosos. Sin ir más lejos, hoy mi bebé de 20 meses acudió a su hermana para pedir consuelo, ante el reto de sus padres. Mi hija, que pintaba alegremente, lo abrazó con su mano verde-alien y le dio un beso. “¿Qué te pasa?” le preguntó mientras lo abrazaba y la pintura marciana se esparcía por el jersey del niño. Puedo decir que nunca me sentí tan orgullosa y feliz de poner una lavadora.

sábado, 6 de noviembre de 2010

El rincón del tiempo

Afuera hace un día precioso. No hace frío ni calor y el sol de tarde resalta el dorado de las plantas, de los árboles. Los colores del otoño son mis favoritos. Me gusta ver el paso del tiempo a través de algo tan pequeño como las hojas. En ese espacio diminuto puedo ver el verde del pasado, el amarillo del presente y el marrón del futuro. Todo un ciclo de vida. Mis hijos corren en este momento por el parque y sólo me acompaña el "tip tap" del teclado. Me gusta ese sonido. Es como si las letras hablaran y  me dijeran que estoy en mi rincón secreto: la escritura.

En el día pasan muchas cosas. La rutina se lleva gran parte del tiempo, pero deja ínfimas grietas, escuetos silencios, en los que es posible regalarse un pensamiento, un té aromático, una galleta de canela o un trozo de chocolate. Incluso, si nos atrevemos podemos llegar a estirar, apenas un segundo, los dedos de los pies. Antes de levantarse, antes de acostarse, durante la ducha; el tiempo tiene sus rincones. Sólo hace falta aprender a reconocerlos y disfrutarlos como la caricia de una pluma sobre la espalda.

viernes, 5 de noviembre de 2010

Palabras para Julia


Habitualmente cuando nuestros hijos son pequeños, nos cuesta compatibilizar la vida de mujer con la de ser madre. La conciliación entre ambos mundos, a veces, parece irreconciliable. Sin embargo, aunque parezca una paradoja, hay un momento en el que se unen con fuerza y compromiso: el embarazo. Pocas veces nos sentimos tan mujeres y tan mamás a la vez. Estas son las palabras de una amiga, Deby, que me ha pedido compartir sus sensaciones en este blog:

“La verdad es que el embarazo es un viaje alucinante y me lleva a vivir experiencias que no imaginaba. Cuando le hablamos, Julia patea y si le ponemos la mano en la panza, empieza a moverse, y ese diálogo me resulta tan increíble, tan bello.  Todo el tiempo me siento unida a ella, por supuesto, pero también con la clarísima conciencia de que YA es otra persona (y yo su tupperware!!), que siente unida pero diferenciada de mí.  En dos ocasiones vivencié con toda la claridad del mundo lo que ella estaba sintiendo. No yo, ella. Una fue con Nico, que estaba parado hablándome y yo estaba en la cama y sentí el deseo impreioso de Julia de que su papá la acariciara. Se lo dije y en cuanto él puso la mano en la panza, ella se calmó. Otra vez fue con Lucía, su hermana, que apoyada en la panza le decía: 'hermanita, hermanita'. Yo me emocioné, por supuesto, quién no, pero al tiempo que yo sentía mi emoción, sentía también la alegría de Julia al oír ese llamado.”

lunes, 25 de octubre de 2010

Se enciende la noche

No sé si escribo a estas horas para alargar el día o evitar que llegue la mañana. La noche es el lugar de la paz, del silencio, donde los sueños cobran cuerpo. Miro por la ventana. La luna está ahí como un consuelo para los insomnes, como un faro que guía hacia aquellas tareas que se ligan más con la travesura y el esparcimiento. Miro papeles, contesto correos, me desperezo y recuerdo las pequeñas batallas ganadas del día.

El sueño es el lugar del descanso; pero cuando tienes hijos, el descanso es el sueño de otros. Como cada noche, reanudo mi petición a los astros de dejar de vivir entre las trincheras de las obligaciones y del tiempo. Me pregunto por qué a veces la vida cotidiana se parece tanto a un campo lleno de obstáculos o a un deporte de alto riesgo para aquellos que le huimos a al educación física y que somos felices con una existencia de alcachofa.

El futuro es una topadora que arrasa y no perdona. Escribo letra a letra con la esperanza de que le hagan una zancadilla al tiempo. Pero el lenguaje no evita que pasen las horas. Y sé que dentro de poco volveré a ser una maratonista sin carrera, una escaladora sin montaña, una atleta urbana que empezará las auténticas olimpiadas cuando el reloj de la orden de largada.

El premio vale más que el millón de la pregunta: en estos momentos descansa feliz en su cama, y desde sus sueños desprende una luciérnaga de papel que me invita, que me llama, a encender la noche.

Burbujas

Ayer, una amiga me hizo un regalo inolvidable. Llegué a su casa y me obligó a dejar mis hijos en el jardín. Luego, me llevó a su habitación, donde tenía preparada una sorpresa: una sesión de masajes y un jacuzzi burbujeante me esperaban casi con ansiedad. Alrededor de la bañera,  había velas perfumadas, música y un pote con nueces caramelizadas, almendras y galletas. Al quedarme sola sentí que el infinito estaba delante de mí. Una vorágine de culpa (“¿llorarán los chicos?”) y de necesidad biológica (“¡justo lo que me pedía el cuerpo!”) se mezclaron en el interior. Pero seguí adelante. Y poco a poco, los pensamientos sobre las obligaciones familiares y el deber ser se fueron escuchando cada vez más lejos, hasta mezclarse con el sonido ambiente. Y surgió otra voz, que hace mucho no escuchaba: la mía.

Mi amiga piensa que el regalo fue el agua caliente y espumosa. Sin embargo, se equivoca. Alguien, en algún punto recordó que era mujer. Una mujer con alas llenas de polvo, que hace mucho no se desplegaban; con un espejo ajado que llevaba tiempo sin reflejar su interior. Mientras cerraba los ojos y dejaba que la espuma me hiciera cosquillas,  en la radio sonaba una canción que decía “no dejes que nadie te obligue a morir”. Entonces sonreí sin preocuparme porqué, dejé que el perfume de las velas llegara hasta la última de las células, desplegué las alas y volé sobre la habitación.

viernes, 22 de octubre de 2010

De madres y superhéroes


Ser madre en el contexto actual es una tarea digna de superhéroes. A veces, cuando miro a Spiderman trepando los edificios me pregunto sobre el presupuesto en telas de araña que ha gastado su madre o en las horas que debía estar aplaudiendo cada vez que su hijo lograba subir cada vez más alto, siempre de noche para no espantar a ningún vecino. En esos momentos, ¿en qué estaría pensando?, ¿en la compra?, ¿en las explicaciones que le daría a su jefe?, ¿en que daría todos sus superpoderes por una hora más en la cama?

Estoy segura de que junto al orgullo de ver crecer a su pequeño arácnido a la luz de la luna llena, era inevitable que dudara, al abrazarse a sí misma, quién era el auténtico superhéroe.

Para presentarnos


Debo confesarlo: soy la mamá de Batman. Sí, mi hijo se llama Bruno Díaz, mi marido Alfred y vivo en una baticueva: un espacio reducido, tomado (literalmente) por juguetes y otros accesorios del trabajo y la maternidad. Pero hay un problema, algo que no armoniza: tengo una hija que se niega a ser Batichica. Dice que para ser superhéroe y hacer el ridículo con un disfraz quiróptero sólo hacen falta dos cosas: que sea Haloween y ser mujer. En más de una ocasión me dejó entrever que, a juzgar por el rol femenino en la casa, sería más útil cambiar el emblema familiar por un pulpo, a menos que el murciélago sea una metáfora de lo corta que pueden ser algunas miradas y de lo misteriosa que puede ser la noche. No sé que contestarle. Mientras pienso la respuesta, la acaricio suavemente, mientras observo el pequeño tentáculo que le asoma bajo el brazo.